Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

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Gerardo Oliverio Bautista Villagómez
Licenciatura en Psicología
División de Ciencias Sociales y Humanidades

Aún cierro los ojos para no dormir, es el camuflaje que demuestra lo frágil que puedo ser. A pesar de que ya no es el mismo colchón, llega a mi nariz el nauseabundo olor a semen seco.

Después de una vigilia programada, ella sale de aquel cuarto en el alma con una nueva cicatriz. ¿Esa era la prometida vida feliz?

Con desasosiego aguanto a cualquier beodo que por un pago sacie su apetito conmigo.

¡Maldito, cruel y frívolo destino que se ha encargado de teñir mi lúgubre camino! 

Hace dos años que no veo a mi madre, su cabello debe ser tan plateado que por las mañanas seguro sobresale en la calle. No es que me arrepienta de haber huido del nido, ella escogió a su pareja sobre sus hijos. El exilio de mi hogar está envuelto en sufrimiento y desesperación. 

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Del pueblo de donde vienen mis raíces, la religión es orden. El hombre es el que decide y la mujer recibe los más inhumanos castigos. 

Caluroso escenario, suenan las campanas, las personas trabajan en el campo, el ansia por un pedazo de pan emana. Esto ayuda a terminar la jornada. 

Él tenía porte, le encantaba el aseo, se secaba cada momento con un pañuelo, sujeto inseparable de su reloj, ytambién le fascinaba la puntualidad. Así se presentó conmigo para empezar a platicar.

–Déjame ayudarte, te llevaré a la ciudad 

–¿De verdad me quieres? –pregunté.

–De eso no cabe duda –me respondió con seguridad– ve por tus cosas, nos vamos el viernes.

Con siete hermanos no notarán la ausencia de uno. Dejaré una vida llena de angustia y de penas para enfundarme en un prometedor futuro de un nuevo mundo. No dejé una carta, mi señora madre no sabe leer; en cambio dejé el único listón que ella solía ponerme, símbolo de una vida antigua que me había dejado macilenta. Al verlo debió suponer la huida.

Era lo único que podía ofrecer, no guardo odio para la que me cargó de pequeña en su espalda, aun cuando solía decirme que fuera risueña. No la culpo por buscar a alguien que contribuyera con comida. Mi anciana madre se cansaba más con el paso de los años, ya hasta presentaba signos de ceguera, pero lo anterior no la indujo a dejar de crearme nuevos daños.

Llegó con esperanza renovada a la capital, con emoción combinada con un miedo cerval.

Mi nuevo hogar se destaca por lo angosto que es, por su tono grisáceo y el olor tan putrefacto que emana de él. 

–Recuéstate, te haré mía.

Con cruel alevosía me desnudó para desenfrenarse en sexo violento que le generó apatía. Al penetrarme con su miembro lampiño notó mi pecado mísero.

–No eres pura, no mereces cariño sincero. Como te gusta ser “puta”, así es como ganarás dinero.

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Con nuevas rendijas, con las mismas aptitudes, fui considerada sabandija sin virtudes, que  mostró su desnudez, a aquel hombre malo que se declaró mi nuevo amo.

Mis pechos se secaron, se siente mi vulva rugosa, los labios se cuartean y en mi vagina anida una oruga que pronto será mariposa. 

Los hombres se autodenominan el género fuerte que ha traído progreso. En vez de eso deberían proclamarse amantes de la guerra y el sexo. A las mujeres nos quemaban en la antigüedad, ahora abusan de nosotras haciéndonos menos. 

Lucía, Cristina o Roberta, no importa el nombre que le pongas, conoces una historia como esta. 

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